Una Posmodernidad Periférica

Proyecto Manuel Neves
Artistas:
Amadeo Azar
Mara Facchin
Gê Orthof
Adriana Vignoli


Marzo 2019

Una posmodernidad periférica, anotaciones para un proyecto curatorial

Si examinamos rápidamente las características históricas, sociales, económicas y culturales de Buenos Aires y Brasilia, capitales de Argentina y Brasil respectivamente, podríamos concluir que no existe ninguna similitud evidente. Abordar un estudio comparativo orientado a encontrar elementos comunes a ambas capitales con el afán de justificar cierta reflexión, podría resultar, en principio, una acción infructuosa.

La ciudad de Buenos Aires (CABA) fue fundada en dos oportunidades. Inicialmente en 1536, y luego de ser abandonada, lo fue nuevamente en 1580, pasando a integrar el vasto Imperio español. Finalizando el siglo XVIII, adquiriría el status de capital del Virreinato del Río de la Plata, y su especial característica de ciudad-puerto le permitiría aumentar considerablemente su importancia e influencia en el estuario del Río de la Plata. Desde la primera mitad del siglo XIX, cuando se desarrollan los movimientos encauzados hacia la independencia de la Corona Española, y luego al finalizar el siglo, con la consolidación de Argentina como república federativa y estado nación, Buenos Aires asumiría las características territoriales y políticas propias de una gran capital. Durante los años 30 y 40 del siglo pasado, en un contexto definido por la inestabilidad política, la práctica del autoritarismo y la sucesión de golpes de estado, un período caracterizado como la Década Infame, se produjo una masiva inmigración del campo a la ciudad, y la actividad industrial conoció así un importante desarrollo, superando por primera vez a la actividad agrícola. En ese momento, Buenos Aires duplica su población, y tal como lo documentan las estilizadas fotografías de Horacio Coppola, la ciudad, en su modernidad urbana, no parece conocer equivalentes en el continente sudamericano. De igual forma, la cultura conoció un desarrollo y una modernización sin precedentes, y en el ensayo referencial de Beatriz Sarlo, Una modernidad Periférica, Buenos Aires 1920-1930 –que el nombre de esta exposición sutilmente homenajea–, podemos encontrar un análisis de ese complejo proceso cultural.

Por el contrario, Brasilia fue fundada en 1960, y en su materialización, es la consecuencia del proceso de modernización e industrialización comenzado en la década de los años 30, durante la presidencia de Getúlio Vargas. Construida en tiempo récord sobre una extensa meseta (o Planalto), situada en el sureste del estado de Goiás y dentro del frágil ecosistema llamado Cerrado, sus primeros pobladores fueron, básicamente, empleados y funcionarios públicos que emigraron de los estados de Río de Janeiro y Minas Gerais. Ciudad modelo en su planificación urbana, es una perfecta síntesis del proyecto moderno, tanto en sus logros como en sus contradicciones. En ese sentido, la nueva capital proyectaba un ideal de clase media, único en el país. Sin embargo, no pudo escapar de las complejidades que caracterizan a este país-continente-isla, delineadas por la polarización social, las diferencias irreconciliables entre clases sociales, grupos étnicos y raciales, el modelo consumista norteamericano y la precariedad del sistema político. En esta ciudad sin historia, la escena cultural ha ido logrando una evolución significativa, alcanzando paulatinamente una identidad propia, caracterizada por la requisa producida en el intercambio de individuos que llegaban desde todo el continente brasileño, y del extranjero también. En cuanto a la producción en las artes visuales, la Universidad de Brasilia (UnB) jugó un papel fundamental. Creada por el antropólogo Darcy Ribeiro, fue el primer centro de estudios avanzados, atrayendo durante su primera década de funcionamiento a un conjunto de artistas claves de la escena de vanguardia brasileña. Cildo Meireles, Luiz Alphonsus o Guilherme Vaz serían solo algunos de ellos, entre tantos más. En la última década, la escena artística de Brasilia ha conocido un desarrollo sin precedentes, protagonizado, además, por artistas nacidos en la capital.

Paralelismos

Si bien no podemos hallar puntos de encuentro en la historia y desarrollo de Buenos Aires y Brasilia, si los encontramos desde una perspectiva contemporánea, definida por el paradigma de la globalización. Desde esta lógica, existen elementos similares y procesos paralelos. Ambas capitales están determinadas por su condición periférica y por las peculiaridades que, en la actualidad, definen a la Argentina y el Brasil. De forma sintética, la características económicas, políticas y sociales están delineadas por la dominación de una plutocracia del commodity, las derivas populistas nutridas en las fantasías de una izquierda revolucionaria y contrapuestas a una clase media ideológicamente ambigua, y en su juego de contrapoder, a una oligarquía que mostró su cara más oscura utilizando los mecanismos del lawfare (guerra jurídica). Todo ello evidenció problemas aún más profundos, surgidos en las fricciones entre políticas públicas e intereses privados, en el contexto de un frágil sistema político de representación. A nivel cultural, los procesos de modernización en ambos países fueron fundamentales en la construcción de una identidad nacional. El proyecto moderno, con su imaginario de fuga hacia un futuro protagonizado por la industrialización, la tecnología, el consumo y la comunicación, perfiló las visualidades y las fantasías internacionalistas de la producción artística, durante la segunda mitad del siglo pasado.

El pequeño grupo de artistas que integran la exposición Una posmodernidad periférica, tienen proyectos y poéticas extremadamente diversas, sin embargo, presentan un especial interés por los elementos culturales, ideológicos y materiales que delimitan las características identitarias en la contemporaneidad. Estos elementos se vinculan con los procesos de modernización, el pensamiento utópico y el encuentro de diversas culturas. Así mismo, la identidad es por ellos entendida como un proceso dinámico, en el cual confluyen fragmentos, préstamos, recuerdos, legados imaginarios y culturales. A su vez, todos establecen y presentan relaciones estrechas con la ciudad en la cual viven y, al mismo tiempo, se conectan con elementos ideológicos y visuales de la posmodernidad global. Las obras de Adriana Vignoli experimentan con la mutabilidad de los materiales –tierra, piedra y concreto– excediendo las tradicionales categorías relacionadas con la escultura, el objeto o el dibujo, para presentar metáforas sobre el potencial utópico que habita todo proceso de cambio. Por otra parte, Amadeo Azar recupera y reprograma ciertos elementos formales del proyecto moderno, presentes en el arte, la arquitectura y el diseño. Su obra, desplegada en múltiples formatos y técnicas, intenta recuperar cierto idealismo utópico, junto a las formas precisas por como vehicularlo. La obra de Mara Facchin es generada por la manipulación digital de imágenes fotográficas. Presentada en variados formatos y materiales, sus últimos trabajos intentan capturar la sutil irradiación que produce la luz reflejada sobre numerosas superficies, y aunque el resultado se presente como ligeramente abstracto, ellos se proyectan como emblemas de lo efímero y lo transitorio, cristalizándose en sutiles ensayos sobre la fugacidad de la vida. Finalmante, Gê Orthof utiliza sus esculturas, instalaciones y dibujos como una plataforma temporal en la cual confluyen múltiples narrativas. Algunas de carácter formal, como la tradición del arte concreto, y otras ficcionales, como su historia familiar que, entrelazada con la literatura, logra que los límites entre ficción y memoria se pierdan.

Manuel Neves Vanves, febrero 2019

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Adriana Vignoli

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Gé Orthof

Gé Orthof

Amadeo Azar

Amadeo Azar

Mara Facchin

Mara Facchin